upcoming exhibition

Lorquianas

en el Palacio de Carlos V




Retrato de la artista por Albert Font / Text by Jorge Carrión
En 1929 Federico García Lorca viajó a Estados Unidos en un momento crítico de su vida. Y escribió Poeta en Nueva York. Desde allí, el año pasado –casi un siglo después–, Cristina BanBan (El Prat de Llobregat, 1987) voló hasta Granada para concebir Lorquianas. Un título que reivindica el adjetivo canónico (tan infrecuente y sólo vinculado con creadores decisivos: cervantino, kafkiano, borgeano), pero en femenino y en plural. Porque define un proyecto que enfoca a las protagonistas de la obra del poeta y dramaturgo, su poder arquetípico, su vigencia en el siglo XXI.

Se trata de una exposición, también, sobre el diálogo entre generaciones: no sólo el de Cristina BanBan con Lorca y sus personajes, también con las representaciones más antiguas de lo femenino, con el mundo de las bisabuelas y las abuelas de la propia artista y con los vértigos y las ansiedades de las mujeres de hoy. Porque la sociedad y las leyes han cambiado radicalmente, hemos avanzado muchísimo en derechos e igualdad, pero hay asimetrías de género y, sobre todo, preocupaciones íntimas que atraviesan todas las épocas.

Lo mismo ocurre con ciertos símbolos, figuras, gestos y rituales: son transhistóricos y admiten tantas versiones artísticas como intérpretes los hayan vivido, pensado y representado. La artista es consciente de formar parte de una tradición que hunde sus raíces en la Antigüedad y, a través de Lorca, recorre la edad contemporánea. Así, en su reescritura de Venus viaja a la iconografía del Paleolítico al tiempo que reimagina a Yerma, recupera los volúmenes y la desnudez primigenias, enfatizando los pezones rojizos, un inesperado pantalón magenta y, sobre todo, la sangre menstrual que se confunde con el sexo y con las arterias de las piernas y con las raíces que la vinculan con un territorio. El contorno de su silueta tiembla, turbulento, como en los cuadros de Edward Munch o Chaïm Soutine, y sus vibraciones unen la prehistoria con nosotros.

El tejido de las ancianas vestidas de negro se contrapone, en Luto y ajuar, a la ambigua pose–entre la altivez y el respeto– de las dos jóvenes con los muslos y los pechos al aire; sin embargo, las medias y los zapatos de colores de las muchachas encuentran un eco visual en el rojo y el amarillo de las sillas de las viejas, y eso las hermana. En posible referencia a La casa de Bernarda Alba, en Las tres hermanas dos de ellas rezan mientras que la tercera, tal vez Adela, se acerca, meditativa, a la ventana, que es frontera, sinónimo tanto de encierro como de huida, tanto de castidad como de pasión. Todos los personajes envueltos en la misma atmósfera melancólica de Lorquianas.

No es casual que la posible Adela lleve zapatos rojos. Antoñito el Camborio, uno de los personajes míticos de Lorca, calza “zapatos color corinto”, es decir, púrpura. La distinción que envidian sus primos gitanos y que provocará su muerte se concentra en un detalle de elegancia queer. También varios personajes de los cuadros de Cristina BanBan se distinguen por los zapatos rojos, asociados tanto con la provocación o el deseo como con la teatralidad y la sangre. El mismo color se encuentra en la lencería y muchos de los fondos, pesados y densos como telones escénicos. En Clown, la otra pintura de figura individual junto con Venus, con la que forma una suerte de díptico en que la mujer de frente conversa con la de espaldas, no se acaba de saber si el triángulo que cubre la parte de las nalgas es ropa interior o mancha ensangrentada.

En Yerma, una de las composiciones más sofisticadas e inquietantes, recorrida por dos diagonales y tres niveles de color (el verde del suelo, el granate del paisaje y el azul del cielo), una mujer que tal vez esté bailando (o abrazando la ausencia de su hijo) se apoya en la espalda de otra (hierática). A ese contraste se le añade el de la diferencia de escala, pues la primera mide menos de la mitad que la otra. Pese a todo, es más fuerte lo que las une. Son Jano bifronte, con una cara que quizá mira al pasado (y llora) y la otra hacia el futuro (negada como la de Tiresias y otros adivinos ciegos). Son, sobre todo, dos cuerpos casi desnudos, hermanado spor el color de la carne y por el rojo (de las bragas y los zapatos de la posible bailarina o madre negada, de los labios de ambas).

En estos lienzos poderosos de gran formato, que subrayan su propia materialidad, Cristina BanBan produce atmósferas inmersivas, cuyas amplias dimensiones permiten la creación de arquitecturas y escenografías. Los arcos y las sillas parecen pertenecer tanto a casas reales como a montajes teatrales, piezas móviles entre dos mundos: el de la experiencia cotidiana de las mujeres andaluzas y el de la simulación. Como dice Jacques Rancière: “La escena no es la ilustración de una idea. Es una pequeña máquina óptica que nos muestra el pensamiento ocupado en tejer los lazos que unen percepciones, afectos, nombres e ideas, en constituir la comunidad sensible tejida por estos lazos y la comunidad intelectual que hace posible el tejido”. Podemos adivinar los estratos que se superponen y se confunden en esas puestas en escena: los mitos antiguos, las escenas del teatro lorquiano, el viaje a Andalucía de la artista, las modelos en su estudio, la alquimia final.

Como en Verbena, el célebre óleo de Maruja Mallo, en Multitud la autora de Lorquianas imagina un carnaval o baile de disfraces o imagen surrealista o teatro de títeres. El título parece irónico, pues son sólo seis figuras (cinco femeninas y un cántaro), pero sí es la obra con más personajes de la serie y sin duda evidencia una acumulación. Otro título posible sería Las edades de la mujer, porque como en el topos clásico encontramos la infancia (aunque enmascarada), la juventud (de la novia), la madurez (andrógina) y la vejez (que desfallece), además de una mujer fumadora y pálida que, por su peinado, parece pertenecer a otra época (como los años 20 del siglo pasado). La vasija podría ser la muerte en la forma de una urna funeraria. O, en clave cíclica, después del fin, significar en cambio el agua del origen de la vida. “Mis cuadros son fábulas con un lado cómico y otro trágico”, dijo Paula Rego. El tono de esta exposición remite a la farsa y es sin duda tragicómico. Como en el cuadro, está recorrida por la tensión del posible desenmascaramiento.

La vibración entre dos o más esferas se constata en El final del baile. Los pies y los zapatos, grandes y en primer plano, anclan a las dos mujeres en lo prosaico: tras bailar toda la noche, urge descalzarse y descansar. También la silla rojísima y las carnes del muslo aterrizan la composición. Esas sillas que a la artista le recuerdan a su abuela migrante y modista. Esas carnes tan frecuentes en su poética, tal vez por el trabajo con modelos o por los ecos de sus referentes Pablo Picasso y la propia Rego, quizá por su voluntad de ocupar el espacio, de reafirmar identidad a través del volumen. Pero a medida que nos vamos alejando, vamos penetrando en la profundidad de campo, trascendemos lo físico y nos elevamos hacia lo simbólico. La primera mujer tiene los ojos cerrados; la segunda, la mirada ensimismada; la tercera y última, la única de piel pálida y dibujada a una escala mayor, alza los ojos hacia la altura diagonal, huérfana de iris y pupilas, Luna progresivamente desencarnada.

Se puede recorrer el itinerario que propone Lorquianas centrándonos en las miradas, que abren en el aire del cuadro, dinámicas, nuevas dimensiones, que rompen la cuarta pared, para increparnos e involucrarnos; también podríamos hacerlo enfocando esas manos grandes que suplican o gesticulan o bailan, siempre enfáticas, como si fueran el espejo de las de la artista en la performance de la ejecución pictórica. En su obra gráfica, Lorca empequeñeció, obvió o incluso cortó, en cambio, las manos femeninas. Cristina BanBan las reconstituye y las subraya. Con ellas dibuja –como hizo un siglo antes el poeta– ojos sin iris, pero nunca sin nada.
Si en la primera sala hemos visto la obra pictórica, en  la segunda entramos en el laboratorio mental de Cristina BanBan. Este espacio muestra una galería de dibujos suyos, en contrapunto con algunos de Lorca y con citas de su obra, que permiten releer o reconsiderar, a la luz de la información y las claves que ofrecen, los óleos de gran formato que se acaban de ver. A modo de constelación, esa nube gráfica y textual, con sus esbozos, apuntes, ecos, referencias, intertextos o pasajes, se relacionan con la concepción del proyecto. Y lo expanden semánticamente.

En una experiencia que recuerda al surrealismo, por la importancia que tuvieron en ella el inconsciente y el azar, en su estudio de Brooklyn la artista llevó a cabo un proceso de investigación y de creación que recurrió tanto a los libros de la New York Public Library como a los hipervínculos de Internet, tanto al cuaderno del viaje a Granada como a la conversación con el erudito Andrés Soria, además de a los fantasmas e intuiciones y obsesiones propias, para generar una red de motivos que, aunque puedan estar presentes en las obras de teatro, los ensayos, los poemas y los dibujos de Lorca, también pertenecen al espíritu de su tiempo y se relacionan con la tradición literaria, pictórica, cultural, además de con el propio universo de la autora de Lorquianas.

En la voz “Automática (escritura)” de su Diccionario abreviado del surrealismo, André Breton y Paul Éluard sostienen que su ventaja es “permitir una reclasificación general de los valores líricos y ofrecer una llave capaz de abrir indefinidamente esta caja de doble fondo a la que llamamos hombre”. En una entrada inmediatamente posterior, “Azar”, leemos: “El azar sería la forma en que se manifiesta la necesidad exterior para abrirse camino en el inconsciente humano”. Se podría calificar como automatismo azaroso el modus operandi de Cristina BanBan en la fase central del proceso creativo de este proyecto. Las búsquedas en la obra lorquiana, en el imaginario de los años 20 y 30 y en las conexiones inesperadas eran el preludio de otra búsqueda, la definitiva, en el taller, frente a las modelos o sólo frente a sí misma, con los pinceles en la mano y el lienzo cada vez menos blanco. Las manos y lo ojos de la pintora, como antes los ojos y el cerebro de la lectora, insistiendo en su búsqueda.

La investigación, en efecto, conduce a núcleos de la condición humana, a través de figuras inesperadas. O más esperables de lo que podría parecer, pues el yo acaba accediendo al espacio inmaterial del nosotros. A las representaciones platónicas, a la estratosfera de los arquetipos. Así definió Carl Gustav Jung en Arquetipos e inconsciente colectivo ese mundo que se superpone al físico y acumula nuestros miedos, ficciones, creencias y deseos: un estrato “innato” y “universal” sobre el que descansan todos los inconscientes personales, que “es idéntico a sí mismo en todos los hombres y constituye un fundamento anímico de naturaleza suprapersonal”.

En ese libro, el médico, ensayista y artista visual pone el acento en la centralidad de la madre, como arquetipo y como complejo. Un problema que también inquieta esta exposición. Si la obra de Lorca se mueve entre el amor (“Tú nunca entenderás lo que te quiero”) y la esterilidad (“Mis hijos que no han nacido / me persiguen.”), Lorquianas explora la identidad individual en tensión con la hija o la madre o la abuela, la familia o el grupo, el hogar o la sociedad. La tentación o la necesidad de cubrirte o de disfrazarte, pese a que quieras naturalmente permanecer desnuda. Venus es sinónimo de fertilidad; Yerma, de su ausencia. Los dibujos y los cuadros basculan entre ése y otros extremos: la risa y el llanto, la autenticidad y la falsificación, el deseo y la censura, la presión social y el camino de cada una.

Lorca penetró en el territorio del inconsciente colectivo a través de formas antiguas como el romance, la leyenda y el mito, que según Jung son “ante todo manifestaciones psíquicas que reflejan la naturaleza del alma”. Cristina BanBan lo hace a través de la pintura y, antes, del estudio, el esbozo o el dibujo de su cuaderno de viaje. Aunque sea un lenguaje artístico en sí mismo, el dibujo ha sido también desde siempre parte de la metodología del ensayo. El apunte y el esbozo son tentativas de la idea que se va definiendo, cobrando progresivamente peso y resolución. Como ella misma ha dicho, el dibujo y la pintura tienen dos energías muy distintas; y el carboncillo es el puente entre ambas. Aquí vemos dibujos que muestran la génesis de lienzos de gran formato, pero también composiciones autónomas, resueltas con una sencillez magistral, a menudo durante el propio viaje a Andalucía, casi automáticamente, en un único trazo o línea.

En una imagen el azul y el rojo aparecen sobre la composición de líneas negras sobre un blanco predominante; en otro, las manchas de acuarela son verdes o negras o amarillas, levemente aguadas. Esos vaivenes parecen termográficos: como si la autora buscara en el color representar las temperaturas de su propia empatía y simpatía con las lorquianas, cada vez más profundas a medida que avanzaba la investigación, el viaje. La multiplicación permite calibrar la jerarquía, la importancia. Se repite el motivo arquitectónico del arco, el umbral. También el zapato, en los pies; y, en la cabeza, la peineta (corona), mantilla (poder) o pañuelo (luto). Los limones, jarrones y peces riman con los dibujos de Lorca. La doble página con los estudios de venus prehistóricas y la pareja de venus contemporáneas autoriza la interpretación de que, en efecto, Venus y Clown son un díptico. En la mayoría de casos prima la simplicidad, pero en otros vemos la convivencia de dos o más personajes, que buscan la manera de estar juntos. Esa es la obsesión de Cristina BanBan: el estudio de las relaciones humanas. Si en su obra anterior lo había aplicado a las mujeres contemporáneas sobre todo reales, ahora combina figuras de tiempos distintos, a menudo míticas y de ficción.

“El mito está mezclado con el elemento que pudiéramos llamar realista”, dijo Lorca en la conferencia-recital del Romancero gitano. El laboratorio de Lorquianas revela el movimiento inverso. Desde lo concreto el proyecto se ha ido elevando hacia lo simbólico y universal. Por eso, aunque Cristina Banban en los últimos años se haya encaminado hacia la abstracción, en esta serie se ha impuesto un estilo figurativo, que a menudo ha llevado hacia símbolos arquetípicos, como la sangre, la máscara o las formas de la frontera.

En las anotaciones textuales de la artista encontramos títulos de la bibliografía lorquiana y palabras clave: “Deseo, Drama, Infancia, Duende, Raíces”. A partir de todos estos materiales podemos imaginarla en el centro físico y metafórico de esa maraña neurológica, de esa constelación mental, procesando la información con los ojos y el cerebro antes de traspasarla al poder las manos. Porque sólo a través de las manos que sostienen el pincel es posible pasar de la musa y el ángel al arrebato del duende. A la transfusión final de energías. Conviene recordar siempre que la obra es el resultado de un proceso. Y que ese proceso en sí mismo forma parte también de la experiencia del arte.

La exposición se podrá visitar desde el 15 de Mayo en la Sala Emperatriz del Palacio de Carlos V, dentro del conjunto monumental de la Alhambra.

Lorquianas es una exposición de MEDIANOCHE0 y el Patronato de la Alhambra y Generalife, con la colaboración del Ayuntamiento de Granada, el Centro Federico García Lorca y Perrotin. 


Cristina BanBan es una artista visual afincada en Nueva York. Su obra puede encontrarse en colecciones como la del Columbus Museum of Art, la fundación FLAG Art, la Fondation Louis Vuitton, el ICA en Miami, Marquez Art Projects, la colección Thyssen-Bornemisza, y el Pérez Art Museum. BanBan ha expuesto con Perrotin Shanghai, Perrotin Paris, Perrotin Tokyo, Skarstedt New York, y Skarstedt London. Su obra se ha expuesto en el Museo Picasso Málaga, la fundación FLAG Art Foundation, el Columbus Museum of Art, la Hamburg Kumsthalle, y la Royal Academy of the Arts en Londres.